Se trata de 20 adolescentes de entre 17 y 20 años que, incentivados por un grupo de profesores de la escuela media 6 del Distrito Escolar 5, integran el Programa “Decir es Poder” -ahora en la etapa final de relevamiento de 500 familias en el asentamiento-, en un intento por “devolverles” a esos mayores del barrio parte de la educación que recibieron en la secundaria.
“El primer relevamiento fue para mí muy importante porque descubrí que muchas personas grandes de mi barrio no sabían leer ni escribir”, expresó Micaela Luque, de 17 años, integrante del grupo de estudiantes secundarios que decidió alfabetizar a los “grandes”.
Micaela definió esa realidad como “horrenda”, aunque aseguró que en lugar de quitarle el entusiasmo, saber eso la “animó a seguir en el proyecto”.
“Mi familia es parte de esa historia”, acotó la joven, y precisó que “sus abuelos que vinieron de Corrientes, también interrumpieron su vida en busca de una oportunidad. A ellos les debo mucho y por eso estoy acá, ayudándolos a recuperar lo que perdieron en otras épocas”, explicó Micaela.
El relevamiento que elaboró la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav) consiguió que el 10 por ciento de los encuestados (50 de 500) en seis manzanas de la villa 21-24 se inscribieran en la primera etapa del programa de alfabetización, a cargo de Néstor Orrequía, de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE).
El grupo de profesores que impulsó la iniciativa con una perspectiva de ampliación de derechos está integrado por Maximiliano Malfatti, Virginia Saavedra, Mariela Rossi, Paz Bustamante, Jordana y Ángeles Secondi, y Juan Manuel Yagüe.
“Buscamos que nuestros alumnos y egresados 2013 y 2014 de la escuela donde somos profesores se comprometan con su comunidad. Ellos son parte de una generación que tuvo acceso a la educación secundaria por ley nacional. Sus vecinos y familias pelearon por una escuela, la única que existe en un barrio de más de 60 mil habitantes”, señaló Virginia Saavedra, profesora de Lengua de ese establecimiento.
Decir es Poder es el nombre que los mismos chicos que se capacitan como alfabetizadores le pusieron al proyecto, tras concluir que “enseñar a leer y escribir implica ceder la palabra a quien no pudo acceder a ese derecho cuando le correspondía”, señaló la docente.
“Se trata de devolver parte de lo que ellos recibieron a los vecinos que llegaron en tiempos de dictadura militar a Buenos Aires corridos por la necesidad, muchos provenientes de países limítrofes y del norte argentino. También a la camada que llegó en la década del 90, mayormente de Paraguay, y de Bolivia y Perú en menor medida, con apenas dos o tres años de escolaridad, algunos de ellos con manejo sólo del guaraní”, detalló Malfatti.
De las 500 encuestas que hicimos, 50 corresponden a los que se inscribieron y dijeron “no haber hecho la primaria”, “no acordarse de cómo se lee y escribe” o “no saber responder un formulario”, entre otras preguntas del instrumento.
“Tenemos pensado que, una vez alfabetizados, estos adultos pueden incorporarse al Educación Básica y Trabajo (PAEByT), un progrma que tiene más de 20 años en la Ciudad de Buenos Aires, o el Plan Fines I, de terminalidad de la primaria, a nivel nacional”, señaló Malfatti.
“Al principio del relevamiento fue duro para mí. Una vecina me dijo: no acá todos sabemos leer y escribir y casi me cierra la puerta de su casa. Estaba como enojada, pero su marido me llamó aparte y me confesó que a él le interesaba porque no sabia leer y eso le impedía incluso usar internet o el teclado del celular”, contó Ariel Bogado, otro de los alfabetizadores.
El relevamiento, armado a través de un acuerdo con la Undav, contó con alumnos de la escuela secundaria y voluntarios de esa institución de educación superior, y se hizo desde un punto del sector o manzana del barrio como por ejemplo el comedor o salita, donde los inscriptos tomarán clases cuando se inicie el curso en junio.
“A mi mamá todavía no la convencí. Como no sabe muchas cosas, le explico pero si se anota en uno de los grupos va a ser mejor para ella, porque no le tengo paciencia para enseñarle yo mismo”, dijo Angel Aquino, y estimó que para ser alfabetizador “hay que sentir amor por el barrio”.
Por su parte, la joven Antonella Rivero sostuvo que “pensar en su abuela” y saber que tal vez “hubiera podido escribirle una carta a sus nietos si no se le hubiera negado el derecho a leer y escribir”, fue el motivo que la llevó a sumarse como alfabetizadora en Decir es Poder.
Mientras relataban los motivos de una decisión que los lleva a reunirse cada miércoles para capacitarse en un aula de la Casa de la Cultura -la oficina que el Ministerio de Cultura de la Nación tiene en la 21-24, sobre Iriarte al 3500-, los adolescentes se sorprendieron al recibir el llamado a la puerta del aula donde estaban de una señora que se presentó para averiguar si ya estaban los horarios de Decir es Poder.
“Vino a preguntarnos cuándo comienzan las clases. Que hace dos semanas pasaron unos chicos a hacerle una encuesta y quiere saber si ya están los horarios”, informó Analía Bogado a su grupo de compañeros, que celebraron “la insistencia de la señora” como otro incentivo para ponerse a trabajar.