Alrededor de 30 jóvenes y ocho niñas y niños residen hoy en el Frida, un centro de integración para mujeres en situación de calle o en riesgo de calle ubicado en el barrio porteño de Parque Patricios que, por un lado contiene sus realidades, pero que además apuesta por la construcción de otras formas de relaciones sociales, laborales y convivenciales.
“Concebimos al Frida como un espacio de integración porque entendemos este concepto como convivir con la diferencia y no tanto de ‘inclusión’ que nos remite más a la idea de que una persona debe insertarse en una sociedad a partir de convertirse en cierto estereotipo”, detalló Florencia Montes Paz, una de las coordinadoras del Centro.
Y continuó: “Lo que buscamos es que todas las compañeras puedan pensar su situación social, pensar en qué tipo de integración queremos cuando egresamos del Frida, porque la pregunta que constantemente nos hacemos es cuánto uno quiere ‘insertarse’ en esta sociedad que nos ha expulsado, y esto interpela tanto a las mujeres que lo habitan como a quienes coordinamos”.
Montes Paz reafirmó que “entonces el caminito para egresar del Frida no es fortalecerse para cumplir un estereotipo o normativizarse, sino pensar cómo generamos otras formas de trabajo, de vivienda, de vínculos, para que podamos construir otra sociedad”.
En la mesa de la vieja casona ubicada a metros del Hospital Garrahan comparten la entrevista coordinadoras y habitantes del espacio que describen los usos y costumbres del centro, que lleva sólo tres meses en ese inmueble pero que se fue gestando hace muchos años.
“La idea nace de un grupo de personas que formamos parte de Proyecto 7 y de No tan distintas, dos organizaciones que trabajamos hace años con personas en situación de calle, más algunas profesionales que venían laburando en forma independiente sobre la problemática”, contó Montes Paz.
La referencia de este proyecto es el Centro de Integración Monteagudo, un espacio para hombres que Proyecto 7 gestiona desde hace ya cuatro años que representó un quiebre en el paradigma de lo que son los “hogares” para personas en calle, tradicionalmente más parecidos a cárceles que a viviendas.
“Yo me siento distinta a como estaba antes, me siento como viviendo en un hostel con otras mujeres, una sabe que hay reglas pero el lugar es un espacio normal, que tiene lo que se merece cualquier mujer, cualquier persona en realidad”, apuntó Débora una joven que vivió en calle y también en hogares.
“En la puerta, por ejemplo, no hay ningún cartel, entonces vos podés traer a una amiga a tomar unos mates sin quedar escrachado de que vivís en un hogar, o podés ingresar a la hora que quieras, o te podés quedar durante el día, ¿entendés?”, añadió.
De lo simple, como no echar a las personas a la mañana, hasta lo complejo, como despertar el deseo y construir un proyecto de vida para quienes transitan por el espacio, en el Frida se combaten estereotipos personales, colectivos e institucionales.
“El centro no tiene horarios estancos de ingreso y salida, se le pide a la compañeras que estén antes de la medianoche y que si no van a venir avisen; establecimos los cuatro horarios para las comidas y el resto de las reglas tienen que ver con la convivencia y las vamos construyendo en las asambleas que hacemos los jueves”, detalló Soledad Frutos, otra de las coordinadoras del espacio.
“En esas reglas lo que priorizamos es que las prácticas individuales no afecten sobre lo colectivo, hay que entender que este es un espacio sumamente heterogéneo, con mujeres de todas las edades, con niños y con diferentes problemáticas”, agregó.
En la Ciudad de Buenos Aires hay un solo hogar específicamente para mujeres en situación de calle llamado Azucena Villaflor.
“Allí, como en el resto de los hogares, las personas tienen que hacer largas colas para ingresar a la luz del día, y cuando se levantan son expulsadas de nuevo a la calle, entendiendo la problemática sólo como un techo para pernoctar”, sostuvo por su parte Loreley Ritta, otra de las coordinadoras.
Para ella, la heterogeneidad que hay en el Frida se debe, en gran parte, a “la falta de dispositivos específicos para atender, por ejemplo, el tema de adicciones, violencia o salud mental, entonces todo se engloba como situación de calle o riesgo de calle, cuando los orígenes de las realidades son diversos”.
“Lo que sí atraviesa a todas es la doble violencia, la doble marca que le decimos nosotras, la violencia de la calle y la de género. Porque una mujer en calle está mucho más expuesta y, por ejemplo, si es madre se el exige mucho más que al hombre”, describió.
Y concluyó: “Se mira a la mujer con hijos en calle como mala madre, porque si fuera una buena madre se iría a alquilar, entonces ella se tiene que rescatar, como si fuera sólo una cuestión de su voluntad”.
Para contactar al Frida se puede escribir al centrodeintegracionfrida@gmail.com o comunicarse a los teléfonos 15-3574-1646 o 15-4446-6622.