Decenas de personas entran y salen a todas horas de la carpa adornada con imágenes del Che Guevara y el padre Carlos Múgica que los habitantes de 17 “villas” (asentamientos precarios) porteñas instalaron hace ocho días frente al Obelisco, bajo la vigilancia de un cordón policial.
“La huelga de hambre es ejercer violencia contra nosotros mismos, pero ya no nos quedaba otro camino para que Macri nos escuche”, señaló el vocero de la Corriente Villera Independiente (CVI), Rafael Klejzer.
De esta manera cinco personas dejaron de ingerir alimentos sólidos el pasado lunes y cada cinco días los vecinos rotarán “para poder mantener la medida de fuerza indefinidamente y no morir acá”, agregó Klejzer, quien explicó que hasta el momento ningún funcionario se ha acercado a interesarse por la protesta.
Asimismo reclaman acceso a agua potable, la instalación de una red de cloacas, desagües fluviales, alumbrado público, mejoras en la recolección de residuos y la pavimentación de las calles de sus barrios. Son las principales demandas para qu , de esta manera, se puedan urbanizar las villas. .
“Nos dicen que van a hacer esta obra y la otra, pero es mentira. Por eso decimos basta. Estamos podridos de que se inunde el barrio cada vez que llueve y nuestros chicos enfermen”, protesta Simona, residente de la Villa 31, mientras anima a los transeúntes a firmar su petición.
Klejzer exige también una consultoría para las empresas y cooperativas que trabajan en los asentamientos precarios para evitar que los fondos destinados a obras públicas “se queden en sus bolsillos y no lleguen a las villas”.
Desde que se instaló la carpa, los más pequeños juegan en sus alrededores por las mañanas bajo la mirada atenta de algún adulto, mientras que por la tarde el espacio alberga charlas temáticas, talleres de manualidades y rodajes de películas abiertas después al debate.
“Estamos encerrados en un quilombo que no se resuelve si no nos organizamos y no salimos a luchar. No quiero que teoricen más sobre lo que nos pasa a los villeros. Ya nos han imitado en muchas series, en muchas películas, se han burlado de nuestra forma de hablar, de vestir, de nuestra forma solidaria de vivir”, indicó Vanesa Orieta, hermana de Luciano Arruga, desaparecido hace cinco años.
“En las villas se vive una situación de abandono, de desidia, de falta de respuestas”, lamentó Orieta durante un debate sobre la criminalización de la pobreza, en el que se pidió que se persigan las causas de la inseguridad en vez de apostar por la mano dura y la represión en los asentamientos.
Para el portavoz de la Corriente Villera Independiente, el problema de la vivienda es “el más urgente” de Buenos Aires y no es abordado por “falta de voluntad política” ya que, a su juicio, el alcalde porteño plantea un modelo de dos ciudades, en el que la rica excluye a la pobre.
Según datos del censo de 2010, más de 160 mil personas viven hacinadas en villas en la capital argentina, que ocupan un total de 259,9 hectáreas, pero la cifra no deja de crecer.
Desde hace dos meses, unas 3.500 personas, en su mayoría familias jóvenes con hijos, de nacionalidad argentina, boliviana y paraguaya, se resisten al desalojo de los terrenos que ocuparon en el suroeste de Buenos Aires -Villa Lugano- , la zona más pobre de la ciudad, y piden su urbanización.
Del mismo modo, la villa de Chacarita, levantada junto a las vías del tren en el oeste de Buenos Aires, ha duplicado su población en los últimos años y alberga ya a cerca de cinco mil personas.
La crisis habitacional de Buenos Aires se agudizará, anticipa Klejzer, y pide a la clase media que “tome conciencia” y se sume a su reclamo para garantizar que “nadie en Argentina deje de tener un techo, una vivienda digna”.