La política del desenganche

Sin embargo, algunas ideas que alimentaron el poder político de entonces siguen presentes entre nosotros. Ideas sobre la ciudad y de cómo se debe planificar. Ideas que están detrás de acciones de una gestión que no cree en la integración social, sino que apuesta a la desagregación, al desenganche. Los pobres, lejos. Que ni vengan. La ciudad no es para ellos.

Lo decía con todas las letras un funcionario de Cacciatore, con el desparpajo del que se sabe impune porque no lo eligieron los votos sino las botas: “No puede vivir cualquiera en ella. (…) Concretamente, vivir en Buenos Aires no es para cualquiera sino para el que lo merezca, para el que acepte la pauta de una vida comunitaria agradable y eficiente. Debemos tener una ciudad mejor para la mejor gente”. Quien así hablaba era  Guillermo del Cioppo.

Este ex funcionario de la llamada “Libertadora”, a final del proceso terminó siendo el Intendente de facto de la Ciudad. Su mérito principal fue presidir la Comisión Municipal de la Vivienda durante la gestión previa de Cacciatore y encabezar, a punta de topadora, el proceso de erradicación de villas de emergencia en la Capital Federal. Se trató de la llana expulsión forzosa de sus residentes sin ofrecer alojamiento alternativo en el cual pudieran reubicarse.

Esa vieja idea de que Buenos Aires debe ser para “los mejores” y no para todos, está presente en la gestión actual. Se puede reconocer en la decisión de no construir vivienda social. En los ridículos planes de “emergencia habitacional”, que apenas si cubren por pocos meses. En la cantidad de gente que debe vivir a la intemperie, a riesgo de ser echados a patadas, como hacía la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP) en los primeros años de Macri.

También en el paulatino ajuste del sistema de salud, que opera achicando el acceso y la disponibilidad, mientras se realizan vistosas acciones publicitarias para demostrar preocupación por la salud pública. Así se cierran servicios, se reducen prestaciones, se rebajan sueldos en dosis pequeñas cada vez, para que no se produzcan reacciones fuertes.

Eso mismo está pasando ahora con la educación pública. Sin topadoras, por supuesto. No es políticamente correcto. Sería una mala imagen. Pero, como no se construyen escuelas en los barrios, quien quiera educar a sus hijos deberá optar entre asumir el costo de una educación privada o mudarse donde si existan vacantes. Lo acaba de reconocer el ministro Bullrich. Son miles los chicos que no tienen asegurado su acceso a la escuela, porque no hay disponibilidad de aulas para todos.

En la emergencia, soluciones pobres para los pobres. Aulas prefabricadas, instaladas en los patios y jardines de las pocas escuelas existentes. Como si los patios fueron espacios que sobran en una escuela. Como si los chicos no necesitasen espacio para correr, para jugar, para estar al aire libre, cuando van a la escuela. Como si los recreos no formasen parte de la educación.

La falta de vacantes no se produjo de un año para otro. Viene de arrastre. La paradoja es que todo salió a la luz ahora por una acción del propio ministerio. Una medida de esas que se toman para parecer modernos y hacer una gestión supuestamente más eficiente. La inscripción en línea, usando las nuevas tecnologías informáticas, tenía ese perfil.

Pero el tiro salió por la culata. Puso negro sobre blanco una información que antes estaba repartida escuela por escuela. Ahora todos sabemos cuántas vacantes faltan y no sólo los padres que no encuentran lugar para sus hijos. Sin embargo, el ministro no dio un paso al costado. Sin ponerse colorado reconoció que son unos once mil chicos los que no tienen lugar para la educación pública.

Era un resultado esperable. Como indicó el Grupo de Estudios de Economía Nacional y Popular (http://www.geenap.com.ar/) en un reciente informe, durante la gestión de Mauricio Macri “mientras que las transferencias a la educación privada se incrementaron 291 por ciento entre 2007 y 2013; la inversión en infraestructura y equipamiento solo lo hizo en un 78”, disminuyendo su importancia en el gasto total de educación. Por si esto fuera poco, los fondos destinados a construir y reparar las escuelas públicas se ejecuten sólo en parte. Apenas un 60% de lo presupuestado el año pasado. Menos plata y encima, no la gastan.

Por lo que se ve, toda diferencia con Del Cioppo es simple casualidad.
Lic. Gerardo Codina